martes, 8 de septiembre de 2009

El Gato del 7


Cada día salgo a hacer algo de compra, buscar tabaco, o dar un paseo, y cada día procuro pasarme por el número 7 de la calle de atrás para verlo.

El gato del Nº 7 es un hermoso espécimen. No sé qué edad tendrá, es difícil para mi echar cuentas en las personas, mucho más es los gatos, pero yo creo que es un gato viejo. Al menos cuando me mira, siento que muchos años han pasado por su retina, y que ha visto evolucionar éste lugar nuevo para mi, tanto que podría contarme mil cosas.

Su pelo es de diferentes grises que a veces acaban en negros, y los ojos de un bello color ámbar que me deja ver su interior. Es arrogante y guapo, y está por encima de todos los que miramos su vida.
Y es que ese gato vive en un gran hermano constante y una soledad casi absoluta: su cama es el felpudo de la puerta de sus dueños, su comida está en un par de cuencos viejos de plásticos muy sucios situados junto a la puerta; para todo lo demás, está la calle. Vive en el rellano de la entrada del Nº 7, un pequeño cuadrado con una puerta acristalada delante, siempre abierta, y otra de madera maciza detrás, siempre cerrada. La puerta acristalada nos enseña a todos su vida, y evidentemente nadie le ha preguntado si eso le gusta o no. Juraría que no pisa la casa de sus dueños jamás. Lo veo dormitar por las tardes en el felpudo, mirar hacia fuera fijando la vista a un punto concreto y dormir a pierna suelta por las noches. De vez en cuando, no está por las mañanas.
Las veces que está despierto intento llamar su atención y me mira de reojo, porque me paro frente a él (rezando porque no se abra la puerta trasera y aparezca la cara de algún humano que diga ser su dueño) y le sonrío. Espero que no me mire así porque piense que soy medio idiota. Yo quiero sonreirle por si me entiende, por si necesita cariño, por si en algún momento se siente solo entre esas cuatro paredes, o deambulando por alguna de las calles del pueblo, que sepa que un poco más arriba tiene una amiga.
Y es que el gato del 7 no está con otros gatos en una comuna. Tampoco está en casa de sus dueños. Se limita a dormir, comer, y ver pasar las horas en el rellano. Supongo que se dará sus vueltas con otros gatos, claro, pero imagino que no lo sienten como un colega.
Está en medio de ningún sitio.
"Ojalá pudiera hacerle compañía a veces", es lo que pienso de vez en cuando. Otras veces quiero pensar que es feliz en su soledad, en su pequeño cuadrado al exterior donde no le llueve aunque sí pase frío, sólo que mis ojos de humana sensible no me dejan entenderlo.

Nunca me han gustado los gatos, porque siempre me parecieron antipáticos, y la verdad es que creo que tener a Lola en casa ahora no me ha influido demasiado en relación a él y a su vida, quiero decir, que me hubiera fijado en él de todas formas y me hubiera inspirado el mismo cariño, y las mismas ganas de abrazarlo. Eso me tranquiliza.

También creo que el gato del 7 merece un texto mejor que este, quizá una poesía, o un relato tierno, no éste apresurado y sincero exabrupto, pero no sé hacerlo mejor.

Perdóname amigo.

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